Concebida en origen como un pasatiempo para la alta sociedad, la bicicleta ha evolucionado hasta convertirse en lo que conocemos hoy.
La imagen resulta divertida, casi grotesca a ojos actuales: un miembro de la alta burguesía alemana se desplaza usando un artefacto de dos ruedas conocido como «La Draisiana» en honor a su creador, el barón Karl Von Drais.
Estamos en 1817, y la historia de la movilidad está a punto de cambiar precisamente por la historia de la bicicleta, pese a lo aparatoso de un vehículo que, en un principio, estaba sólo al alcance de los más pudientes.
En realidad, el nombre de aquel invento era laufmaschine (en alemán, máquina andante). Y servía, efectivamente, para ahorrar energía al desplazarse: la Draisiana era el primer vehículo de tracción humana.
Y no: no era exactamente una bicicleta, sino su más inmediata precursora. Algo más parecido a un patinete que a lo que hoy entendemos como una bici.
¿Quién inventó la bicicleta? Del celerífero a la máquina de seguridad
Lo cierto es que la bicicleta, tal y como la conocemos, tiene muchos padres. Von Drais se inspiró en un modelo ideado 20 años antes, el celerífero, atribuido al conde francés Mede de Sivrac y al que el alemán añadió un manillar.
Dos décadas después de la primera Draisiana, el escocés Kirkpatrick Macmillan desarrolló unos pedales, lo que permitía desplazarse sin necesidad de tocar el suelo.
Otros 30 años más tarde, el también escocés Robert William Thomson sustituyó las ruedas de madera por unos neumáticos hinchables, a los que se incorporó poco después la cámara de aire inventada por su también compatriota John Boyd Dunlop.
Y 6 décadas más tarde, el inglés Kemp Stanley le puso frenos al invento, rebautizándolo como «bicicleta de seguridad».
En mayo de 1868 se disputó la que está considerada la primera carrera de la historia del ciclismo. Fue en el parque de Saint-Cloud, a las afueras de París, y en un circuito que apenas tenía 1.200 metros.
Participaron 7 ciclistas y se impuso el británico James Moore. Tres décadas después, en 1900, nacía en París la Unión Ciclista Internacional, que a día de hoy sigue siendo el máximo organismo del ciclismo mundial.
Hasta el día de hoy, y en lo esencial, las bicicletas no han cambiado gran cosa. Han evolucionado los componentes, los materiales y las modalidades de ciclismo, pero el espíritu sigue intacto: un vehículo propulsado por la fuerza del ser humano.
Avanzar con nuestras propias piernas, pero mucho más deprisa de lo que nos permiten éstas. Un auténtico prodigio de la técnica que, a día de hoy, sigue resultando ingenioso.
Libertad en estado puro
Para finales del siglo XIX, la bicicleta se había convertido en un vehículo muy cotizado. La fabricación en serie posibilitó que llegase a otras capas de la sociedad, e incluso jugó un papel esencial en la lucha por los derechos de las mujeres, que encontraron en ella una manera de liberarse de las ataduras de sus maridos y de la estricta moral de la época.
Gracias a la bicicleta, muchas pudieron liberarse de los voluminosos e incómodos corsés que se estilaban en la época. Tal fue la contribución a esa libertad que la sufragista Susan B. Anthony, una de las grandes figuras del feminismo de la época, llegó a afirmar en 1896 que la bicicleta había hecho más por la emancipación de las mujeres que ninguna otra cosa.
Aquella emancipación no gustó a todo el mundo, especialmente a muchos hombres. Algunos médicos llegaron a afirmar, basándose en supuestos estudios científicos, que montar en bicicleta era muy perjudicial para las mujeres.
Según ellos, podía causar frigidez (o, por el contrario, una excitación sexual peligrosa), sequedad en la piel e incluso tuberculosis. Todas aquellas afecciones quedaban englobadas en lo que el médico inglés A. Shadwell bautizó como «cara de bicicleta» en un artículo que publicó en la revista National Review. Sí: eran otros tiempos.
Máquinas de guerra
Con la llegada del siglo XX, la bicicleta se generalizó hasta convertirse en la reina de las ciudades. Desde Berlín a Barcelona, pasando por París, Londres o Berlín, desplazarse a pedales se convirtió en una práctica habitual.
Y las grandes carreras ciclistas, como los 5 monumentos del ciclismo, no tardaron en convertirse en auténticos acontecimientos sociales.
Como es lógico, en el estallido de la primera guerra mundial en 1914, las bicicletas estaban llamadas a jugar un papel protagonista. Y aunque ya lo habían hecho en conflictos anteriores como la Guerra franco-prusiana (1870) o la segunda guerra Anglo-Bóer (1899) sería en la Gran Guerra cuando se convertirían en determinantes.
Las distintas potencias no tardaron en crear batallones ciclistas, como los Bersaglieri italianos o los alemanes Radfahr. Las ventajas que aportaban no se limitaban al campo de batalla: las bicis eran perfectas para transportar el correo, para llevar a cabo labores de vigilancia y para llevar víveres y municiones al frente.
Además, se inventó un tipo de bicicleta que ha llegado hasta nuestros días: la bicicleta plegable.
Aunque la importancia de la bicicleta disminuyó en la segunda guerra mundial, donde los coches y los aviones cobraron una importancia mucho mayor, la bicicleta siguió formando parte del día a día de los ejércitos. De hecho, el último batallón ciclista de Europa, el suizo, desapareció muy recientemente: en el año 2001.
La aparición del coche
El desarrollismo de los años 50 y 60 trajo consigo la generalización de un vehículo más veloz, más costoso y más contaminante: el coche. Y con él, las bicicletas fueron perdieron progresivamente la condición de reinas absolutas de la movilidad urbana.
Las ciudades se llenaron de carreteras, túneles, puentes y autopistas, y las bicicletas quedaron relegadas a un segundo plano.
Pero todo tiene un final. En 1973, la crisis del petróleo llevó a varios países como Dinamarca o los Países Bajos a apostar por la bicicleta como medio de transporte, empujados por la presión popular.
Los habitantes de ciudades como Amsterdam protestaron masivamente contra los accidentes, especialmente los que tenían como víctimas a los niños: las calles se habían vuelto mucho más peligrosas para ellos. Las autoridades, tomaron nota y decidieron invertir en infraestructuras ciclistas, convirtiendo esos países en referentes ciclistas a nivel mundial.
Evolución de la bicicleta: el boom del MTB
Los años 80 marcaron otro hito en la historia de la bicicleta: la aparición del ciclismo de montaña y las nuevas mountain bikes o bicis de MTB abrió un camino inmenso a la innovación.
El origen hay que buscarlo a finales de los años 70, cuando un grupo de jóvenes ciclistas del norte de California empezaron a usar sus bicicletas en carreras por el monte Tamalpai. Tom Ritchey, que creó una compañía llamada MountainBikes en 1978, es uno de los nombres fundamentales para entender el fenómeno.
Las marcas entendieron lo que estaba pasando. En 1981, y basándose en el diseño Ritchey, Specialized empezó a producir bicicletas de montaña en serie.
Nueve años después, en 1990, se celebra el primer campeonato del mundo de bicicletas de montaña en Purgatory, Colorado. En 1996, el mountain bike se convierte en deporte olímpico en los juegos de Atlanta.
El resto es de sobra conocido. Para muchos, las bicicletas eléctricas están protagonizando una revolución similar a la que en su día pudo suponer el ciclismo de montaña o incluso la propia bicicleta de seguridad.
Otros, por el contrario, consideran que el uso de las baterías y el pedaleo asistido corrompe la idea original de la bicicleta de funcionar únicamente con la energía que generan nuestras propias piernas. Con todo, la historia de la bicicleta continúa escribiéndose hoy en día. Y todos somos protagonistas de ella.
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Tipos de bicicletas: te lo contamos todo
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